Estas técnicas no son nuevas, hace tiempo que funcionan, un ejemplo son los programas de ajedrez. Pero nuevas herramientas como Internet o los smartphones generan grandes cantidades de datos valiosos que pueden combinarse con estas técnicas.
Su mezcla ha contribuido al desarrollo de productos como:
Siri (aplicación telefónica con funciones de asistente personal).
Nest (aplicación domótica).
Todo esto promete desarrollar una economía más eficiente y próspera, donde, por ejemplo, los algoritmos se conviertan en verdaderos expertos a la hora de realizar tareas específicas y se supere el error humano.
La inteligencia artificial que revolucionará el mundo es la que se dedica a una tarea muy concreta, como el procesamiento de datos.
Pero la posibilidad de que los científicos e ingenieros dedicados a la IA logren erradicar algunos errores humanos no significa que vayamos a ser capaces de eliminar los errores propios de las máquinas.
En un sector sin regulación, no hay estándares de diseño, el sentido común del ser humano sigue siendo necesario para poder llevar a cabo incluso hasta las tareas más sencillas fuera de un laboratorio. Uno de los ejemplos más claros es el de las terminales de facturación en los aeropuertos. Aunque se hayan reducido las colas de facturación, sigue siendo necesario que un operario de la aerolínea compruebe qué pasa cuando la máquina no funciona correctamente.
Lo mismo sucede cuando un robot nos contesta al llamar a un número de atención al cliente y queremos que nos atienda un operador de carne y hueso. La única solución a muchos de nuestros problemas parece que sigue siendo el sentido común (humano) y no solo la rapidez o conveniencia de un algoritmo.
Expertos vislumbran un futuro en el que en lugar de que los humanos hablemos con los robots, serán los robots quienes nos llamen para pedir consejo ante una situación que no saben resolver.
La conciencia cibernética que retratan y que casi siempre se acaba dando cuenta de que no somos tan útiles como especie tiene la rara capacidad de generalizar, es decir, de pasar de la resolución de un problema, jugar al ajedrez a otro completamente distinto dominar el mundo.
En la actualidad, estamos muy lejos de este tipo de sistema generalista, ya que las máquinas por muy complejas que sean siguen siendo incapaces de entender los problemas a los que se enfrentan y ningún ordenador es capaz de contestar a esta pregunta: ¿sabes lo que estás haciendo?
Nuevos avances en diversas disciplinas tales como la informática, la física e, incluso, la biología y neurociencia serán necesarios para romper las barreras que nos impiden conseguir la generalización de la IA. Algo que no parece demasiado factible a corto o medio plazo.
Es posible que ésta sea la era en que la IA pase de ser un problema exclusivo del mundo de las ciencias de la computación a ser una cuestión que tenga que ser abordada por otros campos como la filosofía, la economía o la política.
Expertos de todo el mundo vaticinan que el auge de estas tecnologías producirá “sociedades laborales de extremos”, en las que solo los ejecutivos que toman las decisiones de alto nivel y los trabajadores con salarios más bajos podrán justificar su trabajo.
La IA, como cualquier otra tecnología, ha sido creada por personas y para personas. Y, por ejemplo, la confianza que depositamos en el farmacéutico, la enfermera o el profesor no pueden sustituirse por un algoritmo, por muy rápido o conveniente que éste sea.
Los algoritmos, por poco margen de error que tengan, nunca sustituirán a la confianza que depositamos en los seres humanos.
Es evidente que seguiremos utilizando calculadoras, quizás más rápidas, más fáciles de usar y con más funciones. Pero eso no significa que el que siga apretando los botones no sea un humano de carne y hueso. No olviden que el último mensaje de telégrafo fue enviado en 2014.